5 de noviembre de 2010

Ideal

“Nuestra desconexión temporal es tal que es casi mágica” le dijo él con el cuello del piloto levantado como Bogart en sus mejores momentos. De cualquier modo podía desarmarla, sino era con el amor, era con el desprecio. Qué iban a hacer ya, desde cualquier punto de vista todo era previsible, su separación, su amor, sus odios.
Julia lo detuvo, simplemente porque podía, desde que era chica podía detener el tiempo, no para modificarlo de algún modo simplemente para saborearlo, porque ese tiempo no la dejaba reflexionar ni moverse ni pestañear siquiera, era un regalo visual de eternidad que le concedían los dioses. Entonces lo observó porque era lo único que podía resolver, le miró la boca detenida en una vocal que no puede descifrar, (por la inmanente característica de ese estado temporal) simplemente ve que esta semiabierta y que se asoman los dientes de fumador incansable, casi puede sentir su aliento contenido en un acotado espacio perfectamente delineable y no puede sentir deseos de besarlo, no puede recordar qué está diciendo él en ese momento, por lo que recorre la mejilla para bajar por el cuello y de allí, sin posibilidad de recordar la temperatura de su abrazo, sube por el costado izquierdo del cual ve sólo una porción hasta descansar en su ojo, el izquierdo quedó totalmente abierto con una expresión que la supera en entendimiento (aún si podría disponer libremente de su entendimiento, la sobrepasaría) intenta ver el ojo derecho pero no lo logra ya que esta tapado por las pestañas de ella, agudiza la vista para espiar entre los pelos de sus ojos, pero estas se arquean de tal manera que producen una barrera, una barrera que le impide ver la pupila del ojo derecho de él, intenta apuntar con su otro ojo pero no puede ya que su inclinación hace que la nariz saque ese ojo de su campo visual.
Se conforma con su piel, presiente la barba desobediente en zonas de pelo antes nunca andado, presiente los raspones, (sin deseos ni conclusiones sino imágenes de imágenes) presiente su adolescencia, presiente un retrato suyo en carbonilla diez años atrás en la casa de León Suárez donde lo conoció. Ve debajo del mentón su hombro, en línea recta con el codo como punto de apoyo, se ve la fuerza del peso que sostiene (tensión viva pero inmóvil) esa imagen de él completo, sin poder imaginar el ojo derecho, la nuca y las piernas vislumbra esa imagen como él, como esa persona que antes de detener el tiempo le hablaba sobre detener el tiempo.

20 de abril de 2010

Mucho Humo

Entonces prendí un cigarrillo y el gusto del humo me recordó al gusto del humo en la boca de otro, sin embargo no pude capturar a quien pertenecía ese sabor.
Últimamente mi problema es mi memoria, ya no recuerdo casi nada. Los pocos recuerdos que tengo se han transformado en anécdotas repetidas al cansancio, y en fotos viejas a las que fui inventándole vivencias, pero no creo que pertenezcan a mi propia memoria. A veces me esfuerzo mucho para tratar de encontrar algo nuevo en mi pasado, algo de mí que no conozca.
Prendí otro cigarrillo, pero ahora fumaba concentrada en encontrar algo concreto, y a pesar de eso no logré dar con la boca de aquel que alguna vez me había besado oliendo a tabaco, penetrado de ese olor. Hasta consideré la posibilidad de que no fuera más que mi propia boca la que masticaba ese olor.
Encontraba otras cosas, asociaciones, pero no eso nuevo que buscaba. Recordaba alguien rechazando mi olor a cigarrillo, a amigos que alejaban el humo con sus manos, a gente fumadora a la que había besado, pero no a quién ese cigarrillo había querido traerme a la mente. Tampoco recordé, para ser sincera, cómo se sentían esos besos, no desde las tripas, sino más bien como una estadística, que no tiene que ver con el recuerdo, que no da constancia de nada vivo.
Repasaba uno tras otro, traía sus débiles presencias a memoria, insignificantes marcas habían dejado en ella, aparecía todo tras un humo de bastidor.
Mucho humo, después de todo creo que lo más sano será dejar de fumar.

16 de marzo de 2010

NN

Estoy tirada en la playa, un cadáver que el mar desprecia; cada ola, tratando de quitarse de encima semejante incriminación, pero con la misma indiferencia y (presumo) disimulo que lo hacen con los huevos de tortuga y las algas, y por qué no, con las carnosas y amenazantes aguas vivas. Sigo acá, toda pesada con el vestido levantado y boca abajo. ¡Como lo temía! la ropa interior se transparenta.
Aunque es invierno y la marea está alta y me tira con fuerza, en cada oleaje logra poco, cada vez me entierra un poco más. Tengo arena en los ojos y la boca semiabierta taponada. El patetismo es tal que sobre mi mejilla se posa un berberecho, riéndose de mi, monocelular, pero cínico.
Me desespera no poder modificar esta situación, pensar que me puedan encontrar de esta manera… despatarrada, con el vestido literalmente al hombro, las piernas semiabiertas, ¡Tanto cruzamiento de piernas reglamentario para terminar así…!, y ni hablar de la incomodidad de tener mi brazo derecho debajo de todo este cuerpo.
Mi mayor temor en este momento que me encuentren así. Sé que antes de la compasión por verme tan joven y tan muerta, sentirán un terror incontrolable por esa cosa inerte bamboleada por las olas. No criticarán mi desfachatez, mi celulitis, estarán estáticos, conmocionados, sin parar de verme, y yo seguiré ahí apuntándolos, recordando sus propias muertes.
Pensar que de chica fantaseaba con “hundirme en el mar” como el poema de Alfonsina, me imaginaba como una escultura helénica, con los paños elegantemente pegados a mi cuerpo y erguida con toda dignidad. Entraba en el mar tratando de caminar y hundirme con toda gala, pero atravesar la primer rompiente con elegancia era un cometido imposible, por lo que abandonaba la tarea.
Ay! ya pasaron como dos horas y soy un asco, suerte que por lo menos no tengo olor, esto del agua salada es un acierto. Pero ya queda poco tiempo para que amanezca y ahí seguro se viene el inevitable “rescate”, espero que no sea de manos de un policía… ¿y saldré en los diarios? En uno local seguro…espero que no me saquen fotos, no terminar en youtube gracias algún celular morboso. Bueno me estoy cansando un poco de este fluir de la consciencia, ¡no me muero más!, calculo que con la aparición de algún curioso ya me voy a poder escindir de este cuerpo atolondrado, dejar de custodiarlo en su soledad a que alguien solucione los trámites y dé curso a mi muerte.

19 de febrero de 2010

Desliz

La ansiedad me dominaba, de pronto estaba perdiendo cosas de mi cartera, comiéndome las uñas y sacando un cigarrillo impensado de encender a esa hora de la mañana. Me apoyé sobre la pared de un negocio y prendí el cigarrillo, sonó el teléfono y me senté en el piso apoyando la cartera para buscar el celular, revolviendo todo ese monoambiente. Agarré esa luz fluorescente que me reclamaba, y con la torpeza que ya acumulaba, atendí, a los gritos, y sentada de cuclillas en el medio de la vereda. En ese momento no tuve una imagen muy clara de mi misma. Estaba casi al llanto. Atendí a Elvira con sus consultas de expedientes, notas, la ubicación de la tacita del jefe y satisfice todas sus dudas, colgué. Me paré ya despeinadísima, y empecé a caminar sin dirección, poniéndome la mano en la cara todo el tiempo, impregnando los sucesos en una culpa grande y beata, fantaseando que así serían eliminados.
En ningún momento perdí del todo la claridad, pero me costaba reconectarme con lo que tenía que hacer. Caminé de manera casi sonámbula arrastrando la valija con rueditas, repitiendo ese movimiento de las manos sobre la frente que con los dedos restregaban los ojos de arriba hacia abajo hasta terminar apretando ambas mejillas a la altura de la boca.
Llegué a una parada de colectivo y reconocí el número, ¿pero sería este el lado correcto? ¿Este es el lado que va para la boca Señor?
Si Señora suba.
¿Señora, ya para un colectivero de mediana edad soy una señora? Bueno no importa, eso después de todo hacía que me esperara con más paciencia mientras subía.
Pero ¿Por qué tuve que perder la llave, por qué la dejé en esa maldita campera?, si yo pensé unos segundo que las tenía que poner en la cartera, pero claro, lo dejé para después, ¡qué estúpida! ¿Por qué para después? Voy a llegar a la casa y José no va a estar, eso es bueno, me dará tiempo para bañarme y pensar como sortearé las cosas.
Y ¿Cómo es que no guardé las llaves en la cartera cuando ese era habitualmente un movimiento mecánico? Por culpa de eso decidí esperar a Lucía en un bar, no me atreví a pedirle que viniera a auxiliarme con su juego de llaves a esa hora de la madrugada. No, preferí hacer tiempo en ese bar hasta alcanzar un horario decente. Ahí lo inevitable se encontraba en estado arcaico, esperándome para desatarse.
Sigo en el colectivo, debería disfrutar de este viaje también. ¿No me vanaglorio de amar esta ciudad? Recorrer los detalles que se pueden observar desde esta altura, distraerme con la gente. Entrecerré los ojos para planear lo que iba a hacer: llegando a la casa, en el mini hall de tinte rojo colgaré mi saco y todo lo otro en el piso, pronunciaré su nombre para cerciorarme de que no esté mientras taconean mis pies el piso de madera rumbo al baño. Y estas llaves de porquería las dejaré en el colgador.
A la tarde llegará José, debo tener claro lo que le voy a decir, ¿cómo se lo voy a decir? Pensar que un simple error, una simple pérdida me va a hacer perder a José. Me parece terrible la sola idea de estar sin él, de vivir mi vida lejos de él.
Cuando llegué al bar él ya estaba sentado en la barra. Y después de un rato, mirado mi valija me preguntó si iba o volvía, le dije que estaba haciendo tiempo para volver a mi casa. Era alto y fuerte de cuerpo, y parecía ser bastante más joven que yo. Sostenía en la cara una expresión de sonrisa permanente, como de bienestar, por eso no dudé en proporcionarle esa información. Después de un rato me estaba riendo como idiota, y ya tenía un agente autorepresivo que comenzó a cuestionarme esa sonrisa, me defendí argumentando que no pasaba nada, que no era más que un chico muy agradable.
Por fin llegué, grité su nombre, y como lo había previsto no estaba. Me metí compulsivamente en la ducha, casi arrancándome la ropa, y bajo el agua, tratando de enjuagarme la incriminación, me enjabonaba los muslos, las piernas y toda porción de cuerpo que sus manos habían tocado, con desesperación, intentando borrar de mi cuerpo las últimas horas. Angustiada, dolida por la inminente pérdida, encarnando la frase que asegura que cada decisión, cada simple desliz puede cambiar el rumbo de nuestras vidas. Pero entonces comencé a reír, cerré los ojos recordando sus manos firmes, su determinación, mi cuerpo activo que se desenvolvía con una soltura que mi consciencia, en caso de haber asistido, hubiese desdeñado. Y entonces mi mente se calmó, salí de la ducha, me sequé parsimoniosamente frente al espejo, mirando mi piel rosada, rosada y nueva, y me puse la bata. Fui hasta el teléfono y llamé a José, le conté que gracias a dios Lucía tenía un juego de llaves y me había rescatado de mi tonta pérdida, que a qué hora volvía y qué quería para cenar, lo que quieras me dijo, milanesas entonces.

9 de febrero de 2010

Habitación

La mancha que crecerá de manera espiralada en el techo de la habitación todavía no se ve, ni se percibe la corrosión interna de las paredes que causarán el desmán.
La mañana del 9 de diciembre en su ausencia cayó la primera gota que golpeó el piso con furia, una gota que se había formado recolectando pacientemente la humedad del muro durante largos años, y ese día cayó.
Marina regresó a su casa. Cargaba un sueño extremo y decidió abandonarse a esa necesidad. Se puso un camisón y entró a su habitación que se encontraba cubierta de ropa y apuntes. Se recostó en la cama en el lado que había calentado su perro, y de repente su cuerpo se transformó en una plomada que se hundió en el colchón. Antes de que pudiera acomodarse ya estaba dormida, dominada por las luces de ese paisaje mediterráneo, que la invitaban a caminar una arena suave y blanca.
Eran las tres de la tarde, (un número que quería recordar para luego jugarle a la quiniela), estaba Ella a su lado y caminaban en silencio, se percibía que había algo de lo que no podían hablar y eso ocupaba todos los momentos, sus esporádicos cambios de palabras eran fútiles.
El agua le mojaba los pies y todo era reconfortante, Ella en determinado momento se excusó y desapareció de su lado porque la esperaba un grupo de gente con la que viajaban en el Tour. Marina se quedó caminando en esa soledad que siempre añoraba cuando estaba en el mar. Le encantaba caminar por la orilla mirando las olas romper, o cualquiera de las situaciones que se hacían presentes allí. Después de caminar un largo rato el sol comenzó a incomodarla por lo que se sentó bajo la sombra. Comió helado en un intercambio económico muy poco conveniente y el idioma lo manejaba como si fuera propio, se sentó en una reposera blanca y un vendedor se acercó a ofrecerle camarones frescos, pero ella estaba tomando helado. Se encontró a Judith, y aunque no sabía que se encontraba en Italia lo asumió con naturalidad, por lo que compartieron una conversación de rutina, sobre su salud, la vida de sus hijos, la vida de Marina, y prometieron verse luego.
Antes de que alguien notara el cielo cubierto de nubes la lluvia azotó la playa, la gente comenzó a correr en todas las direcciones, la mayoría se acomodaba debajo de los halos de los bares playeros, otros corrían hacia los autos, lo que en pocos minutos ocasionó condensaciones de tránsito. Marina no se movió de su lugar, se quedó mirando cómo algunos chicos en medio de la tormenta corrían para meterse al mar. Desde los techos de los bares y las palmeras chorreaba el agua que no podían sostener y al caer tronaba contra el piso, al ir menguando el agua un canto de gotas más delgadas se repartía entre diferentes baldes y bateas que se hallaban en el piso.
Ese goteo permaneció en su cabeza largo tiempo, como una música pegajosa de la que no podía despegar. Después de aproximadamente media hora el sol ocupó todo el cielo, la lluvia desapareció, la arena quedó con una cáscara crocante y el olor a humedad se escondió en ciertos rincones. Se corrió fuera de la sombrilla y se acomodó aprovechando una porción del sol que actuaba como una caricia sobre la piel que ya había comenzado a achicharrarse. Soslayó desde unos metros la figura de Ella viniendo en su dirección, su rostro iba ganando nitidez a medida que se acercaba, sin embargo no veía ningún tipo de expresión en su cara. Algunos de los baldes conservaban el tic del goteo y Ella estaba sólo a unos pasos con su rostro de hielo. Marina, movilizada por el pudor, dejó perder su mirada en las personas que tras la lluvia iban lentamente recuperando sus puestos en la playa.
Cuando su recorrido las dejó frente a frente, Marina le sonrió, pero Ella estaba como ciega y no respondió a esa formalidad, lo cual la inquietó__¿Ella qué te pasa? le dijo, __¿Pasa algo? Pero Ella no le respondió, en cambio, tomó un vaso que apareció sobre la mesa y le tiró un líquido vinoso en la cara.
Marina despertó sobresaltada, abrió los ojos pero no logró ver nada, ya que toda la habitación estaba sumida en la oscuridad, cubierta completamente por el agua, sin un haz mínimo de luz que la dejara orientarse. Aterrada quiso gritar, pero entonces su boca se llenó de agua, tragó agua sucia, inmunda y tosió, tosió, se quedó sin aire, pataleó convulsamente, desesperada, sin prosa y sin tregua murió en segundos.