11 de febrero de 2011

Las manzanas P. 1

(éste texto lo terminé en 2004, lo voy a publicar por partes porque es un poco largo, espero les guste)

Parte 1:    "Sábado"

Ella se deprimió por pensar demasiado, y en toda la conversación nunca dijo toda la verdad, eso sólo lo había hecho con G.W.
Esa situación era una gran parodia de ella misma, de lo que deseaba.
Era un sábado de Abril, sentados sobre un árbol caído en el parque Rivadavia, se encontraban Alejandra y X. Gozaban de la naturaleza más salvaje: el césped a sus pies, las hormigas sobre los árboles, las regaderas automáticas perseverando sobre los charcos. Un día soleado, optimista como ninguno.
Alejandra ponía todo el peso del cuerpo sobre la pierna derecha, al momento se acalambraba y cambiaba de pierna, X era inquieto y no lograba sentarse ni mirarla a la cara.
Hacía largo rato que repetían una rutina mentalmente exhaustiva, iniciaban una conversación, se transformaba en discusión y luego en silencio. No valía luchar por nada de lo que decían, pero tampoco abandonar esa escena. Ella creía que podía crear un vínculo con la perseverancia, con actitud voluntariosa se convenció empezar a escucharlo sin subestimarlo.
Recordó la primera vez que fue soberbia sabiendo que esa palabra tenía una mala connotación. Tenía 5 o tal vez 6 años, y lo sintió hacia una compañera de preescolar cuyo nombre no recuerda, sin embargo tiene una fotografía de ella en un acto escolar, y cada vez que la ve en esa pose tan torpe, se justifica...

Ella era más determinante en su cabeza que con lo que salía de su boca, decía que debería decir cosas más determinantes, pero se aburría de escucharse, no sabía cómo debería actuar. En un momento puso la mano debajo de la pierna que tenía estirada y le quedaron las marcas del tronco en la palma, era una presión casi dolorosa pero le entretenía el momento que él hablaba.
Lo empezó a mirar detenidamente como con cierto afecto. Él no dejaba de moverse, durante un breve relato podía cambiar de posición varias veces, incluso estando sentado. Ahora frente a ella él se paraba sobre el peso de un pierna, con las manos en los bolsillos hamacaba el peso hasta la otra pierna, repetía ese movimiento constantemente.

Alejandra acudió a Nicolás en ese preciso momento, intentaba rescatar el ambiente en donde todo sucedió, cómo era ella en aquel momento. Quería presenciar ese pasado con claridad para tratar de descubrir en ese hombre, la falla, el gen maldito de todas las relaciones malditas. En él podría hallar el comienzo, las primeras decisiones erróneas que luego se hicieron parte de un movimiento instintivo, casi reflejo; Buscaba desesperadamente el momento exacto en que sucedió el tropiezo fatal.
Cuando se acuerda de las cosas que sucedieron con él se justifica alegando que era la primera relación de todas, siente una tristeza infinita cuando se acuerda de ella de esa manera, débil y enamorada, aún ahora no puede superar el dolor que alguna vez sintió, esa soledad que se experimenta al lado de alguien.
Él fue una pieza fundamental en el historial de angustia amorosa de Alejandra, era un chico lindo, vanidoso, tenía una sensibilidad especial y una sinceridad demoledora. Alejandra aprendió de él en un curso acelerado todas las actitudes adulto-bastardas que suceden en las relaciones adulto-emocionales. Recordaba esos momentos en búsqueda de una respuesta, pero sólo logró transformar esas memorias en imágenes y escenas irreales de su cabeza. Nunca encontró lo que buscaba en esa práctica del recuerdo, ella necesitaba extraer el por qué.
El día que lo conoció percibió que él la miraba atravesándola, pero hizo caso omiso de su percepción porque él era muy lindo como para mirarla, (los lindos se miran entre sí) pero después se dio cuenta que la miraba a ELLA y se sintió halagada. Pero no sabía nada del amor, y se enamoró, porque era muy chica. Ahora sabe como son las cosas, y es más triste, más superficial.

X hizo un ademán que daba entender que ella debía responderle algo, entonces se quedo mirándolo, rió, y le dijo: “¿qué?” __”Nada, te contaba nomás no era para que me respondieras”. Qué suerte, pensó Alejandra, qué suerte.
Hizo nuevamente un intento y le preguntó cosas, una lista inmensa, para identificarse y quererlo un poco al menos por vanidad. Él exhibió de manera talentosa, un inventario de cosas desagradables, todo lo que revelaba que ella no debía estar allí, todo lo que la alentaba a juzgarlo, en ese momento lo odió por obligarla a ser cruel.